Como seres vivos que somos, los cambios estacionales tienen un efecto en nosotros y el otoño no es una excepción. La disminución de horas de luz afecta directamente a la segregación de melatonina y serotonina, dos hormonas esenciales para regular el sueño y el estado de ánimo. Además, la menor exposición al sol suele reducir nuestros niveles de vitamina D, que influye de manera directa en el hipotálamo, órgano responsable de la liberación de hormonas. Todo ello puede hacer que nos sintamos menos activos y más decaídos. 

Por otro lado, la vuelta al trabajo y a la rutina hacen que salgamos menos y se reduzca nuestra vida social. Los días nos parecen más monótonos y puede incrementarse la sensación de soledad o aislamiento en algunas personas.

La mente se ve afectada y el cuerpo lo nota. Desánimo, cansancio, falta de energía y ganas de hacer ciertas tareas o complicaciones con el sueño son algunos de los síntomas que podemos sentir como consecuencia en esta época.

Si bien esto es algo que cualquier persona puede experimentar, debido a nuestra mayor facilidad para reaccionar ante los estímulos y matices del entorno, las PAS somos en general más sensibles a las variaciones ambientales, entre ellas los cambios sutiles en la luz, temperatura y paisaje que caracterizan esta época del año.

¿Qué podemos para mitigar o prevenir estas sensaciones desagradables?

Al fin y al cabo, la naturaleza tiene sus ciclos de recogimiento, renacer y florecimiento y es bueno recordar que nosotros somos elementos vivos que formamos parte de ella y respondemos a sus ritmos.