Puede que ya naciera así. A veces creo que es un castigo. Sólo sé que soy esto. Tengo 55 años y hasta ahora no entendía qué soy ni porqué siento lo que siento y cómo lo siento. No puedo afirmar que esté conforme con ello, pero me avengo, me adapto y acomodo hasta comprender mis rasgos y peculiaridades, que no deficiencias, carencias ni imperfecciones.

Ya desde pequeño, a partir de lo que recuerdo, me he sentido diferente a la sociedad que me rodea. Incomprendido, extraño para los demás, diferente y aislado. Cuando tenía que ser observado, me sentía nervioso. Cuando debía competir, también me sentía nervioso. Me molestaban los ruidos estridentes, las luces deslumbrantes, los tejidos ásperos, el roce de las etiquetas. Algunos olores y sabores eran insoportables, inexplicablemente, solo para mí. También la percepción de detalles, matices o sutilezas que a los demás les pasaban inadvertidas. Era como tener un superpoder que hoy incluso podría vinculase a la posibilidad de tener alta capacidad, pero por entonces me catalogaban de tímido, débil y rarito; y eso te aísla, te sumerge en un mundo interior muy rico y a la vez complejo y difícil de entender y gestionar.

Cuando di paso a la adolescencia, añadidos a las particularidades de la edad, se fueron sumando momentos de saturación nerviosa ante las adversidades, que originaron los primeros problemas digestivos, cefaleas tensionales e incluso migrañas, y aumentó ese perfeccionismo, para no cometer errores, que no me permitía avanzar y que los demás llamaban timidez.

A medida que me adentraba en la madurez, se fueron añadiendo nuevas variables: apareció el amor (sí, ya sé que este aspecto debería haber aparecido en la adolescencia, pero prioricé los estudios y el trabajo y, además, los cambios y las multitareas me agobian) y ese amor fue vivido y disfrutado con una intensidad única, profunda y exclusiva, como yo entiendo que no puede ser de otra manera. Por supuesto, y por desgracia, también llegó el desamor: doloroso, insoportable, indescriptible e increíblemente más personal que el amor. Seguí sintiéndome diferente respecto a mi entorno: no se entendía la intensidad con la que vivía mis sentimientos. Como mecanismo de adaptación, fui retrayéndome, dejando de exteriorizar ciertas sensaciones, escondiendo emociones, creando un escudo invisible que no dejara entrever cómo era y cómo sentía realmente. En incontables ocasiones este estado me llevaba a buscar la desconexión y la soledad, estando saturado de estímulos y eludiendo cambios en mi vida que pudieran desestabilizarme.

Con la experiencia de los años, cultivándome en la lectura, abriendo la mente, ayudado por profesionales, profundizando en mi ser, he descubierto que también disfruto extremadamente con detalles como un gusto, un olor, una caricia, un beso, una imagen, un momento, el silencio y un sinfín de maravillas que nos brinda la vida día tras día. Un rasgo delicado y difícil de gestionar es la empatía, que llega a convertirse en la búsqueda del sufrimiento del otro para acompañarlo. He llegado a mimetizar y somatizar dolencias físicas y estados de ánimo. Debo tener cuidado con la sobreestimulación. Debo aprender a decir no; poner límites, y asumir los propios y asimilar que no se debe cavilar ni especular sobre cualquier acción, obra o acto eternamente.

A pesar de las contrariedades, inconvenientes e impedimentos que he comentado, creo que soy feliz, siempre y cuando un metódico inconformista y perfeccionista se pueda autodefinir así. Considero que es más acertado decir que soy una persona que se está conociendo a sí misma y que va comprendiéndose, aunque ello no sea fácil. Ser una Persona Altamente Sensible conlleva convivir con unos rasgos de por vida, pero de ningún modo renunciaría a ellos y a la intensidad indescriptible que me aportan.

Javier Juvé, soci de l’ACPAS